Juan Jesús Aznárez
De infierno en infierno La noche del 8 de mayo de 1992, mientras sus colegas cenaban cochinillo en Segovia, Juan Jesús Aznárez salía de un infierno para meterse en otro. Atrás dejaba Kabul, donde hacía pocos días los talibanes habían consumado su victoria sobre el régimen prosoviético. Los muyahidines patrullaban las calles de la capital afgana. La dictadura comunista iba a ser sustituida por la intransigencia religiosa islamista, escribía Aznárez dos días antes de ser premiado. Se había echado a la calle para contarnos cómo se vivía el cambio de régimen. El burka y la ley seca imperaban en la capital. Los tenderos de la calle del Pollo habían dejado de vender vodka por miedo a las represalias. Cuando el día 9 aterrizó en Manila, Juanje escribió su primera crónica sobre la jornada electoral del día siguiente: “Filipinas decide mañana quién sucede a Corazón Aquino al frente del Gobierno de este archipiélago donde más de 100.000 niños se prostituyen o vagabundean por las calles de sus principales ciudades”. El jurado del Cirilo Rodríguez tuvo en cuenta aquella cita ineludible para darle el premio, aunque el premiado no estuviera presente en Segovia. Había conocido a Juanje en Washington en 1984. Era nuestro primer destino en el extranjero. él había llegado de Bilbao, donde había sido delegado de Efe en el País Vasco. Nacido en Pamplona en 1949, inició su carrera en la agencia española en 1976, después de estudiar periodismo en la Universidad de Navarra. Vivió los años duros del terrorismo etarra, con más de 100 muertos por año. Ya no dejaría de moverse por el mundo. Después de Washington, La Habana (1985-1989), donde aún se recuerdan sus galopadas en moto por la Quinta Avenida. Pero sobre todo se recuerda su calidad profesional y humana. El País lo ficha y lo envía a la primera guerra del Golfo de 1991. Su amigo Manu Leguineche sigue la contienda desde Bagdad y se queja de que a los periodistas les exijan la prueba del sida para acreditarse. Juanje está en el bando contrario y protesta por la censura a la que se ven sometidos los reporteros “por los comisarios políticos estadounidenses”. Tras la contienda, en la que, como nos contará Aznárez, se lanzan 100.000 bombas en 100 días, es nombrado corresponsal para Asia con sede en Japón, donde permanece hasta 1994. Sus crónicas reflejarán el infierno en el que viven millones de personas en aquel continente. Periodista de calle más que de salón, nos estremece, por ejemplo, cuando narra la vida en el campo de refugiados kurdos de Istkveren, “un velorio mugriento y miserable, en el que la pestilencia ahoga y asquea aunque sus habitantes se espantan más con el recuerdo de Sadam Husein”. Aquella crónica fue fechada poco antes de su paso por Kabul y Manila. Todas ellas merecían el premio que recibió la noche del 8 de mayo del siguiente año. Lo mismo que las que siguió escribiendo desde sus nuevos destinos: Buenos Aires, México, América Central o Madrid. Juanje saltaba de infierno en infierno, pero sin perder el equilibrio. Aunque los tres accidentes de moto que ha sufrido parezcan indicar lo contrario. Román Orozco