Gervasio Sánchez
Gervasio Sánchez, imágenes de vivos y muertos De Gervasio —no hace falta el apellido para saber de quién se trata— se dice y se repite que es fotógrafo de guerra, que retrata las víctimas inocentes y pone imagen a los conflictos armados. Para una persona tan tierna como Gervas es duro enfrentarse a tanto sufrimiento. Este cronista conoció a Gervasio a principios de los años ochenta durante la contienda civil en El Salvador. En aquella década nos encontramos con frecuencia en las montañas de Nicaragua, en los arrabales violentos de Bogotá, en los mercados de Guatemala. Gervasio había llegado a Centroamérica con unos pocos dólares en el bolsillo, ganados trabajando como camarero en Salou; el dinero lo estiraba hospedándose en hoteles modestos y comiendo en puestos callejeros. Todo esfuerzo era poco porque estaba ávido por aprender y entender. No dejó de sorprendernos que aquel joven apasionado por la fotografía diera prioridad al trasfondo humano de las disputas armadas sobre de las víctimas de los combates. Más que muertos de las guerras, Gervasio recogía imágenes de los vivos. Solía repetir que le interesaban los protagonistas de historias que “tengan un espacio donde llorar y gritar”. Se quedaba conmovido al toparse con un niño, una madre, un anciano con un pie cercenado por una mina o malherido de bala. Para Gervas, la implicación y el compromiso siempre fueron más importantes que la foto impactante. Más allá de las armas, bombardeos, soldados o guerrilleros, pretendía mostrar a los más perjudicados por los conflictos, “a los que la guerra los pasa por arriba sin pedir permiso”. Por todo esto se ha dicho que además de fotógrafo, Gervasio es un activista de los derechos humanos, siempre dispuesto a criticar los intereses infames que alimentan tantos conflictos. En Centroamérica nació su aversión a las armas. Las fotos que tomaba, y las historias que había detrás de cada imagen, le hicieron tomar conciencia de la hipocresía de Gobiernos que hablan de paz y de alianza de civilizaciones cuando venden al mejor postor fusiles, ametralladoras, morteros... Convertido en fotógrafo de referencia, Gervasio usa su prestigio para denunciar la venta de armas de fabricación española, que han aprobado los presidentes de Gobiernos del PSOE y del PP. En todos los foros expone que se siente escandalizado cada vez que se topa con armas españolas en los olvidados campos de batalla del Tercer Mundo. No se cortó un pelo cuando al recibir el Premio Ortega y Gasset de fotografía puso en su sitio a la vicepresidenta, a ministros y a demás gente con doble moral. Gracias a la sencillez baturra que le transmitió Choco, su mujer, Gervasio rehúye lo que pueda contribuir a crear un estereotipo de aventurero intrépido. Desde hace tiempo subraya que los protagonistas de sus imágenes han forjado su senda como fotoperiodista. Además, comenta que el valor de sus historias lo dará la elección de sus temas y la forma de trabajarlos. Lleva más de un cuarto de siglo dedicado a recoger testimonios gráficos de los más perjudicados por las guerras, niños en su inmensa mayoría. Además de su hijo Diego, de 11 años, dice tener otros cuatro mutilados por las minas antipersonas: la mozambiqueña Sofía Elface Fumo, el camboyano Sokheurm Man, el bosnio Adis Smajic y la colombiana Mónica Paola Ojeda. En diciembre de 1994 apareció su libro fotográfico El cerco de Sarajevo, resumen de su trabajo en la sitiada capital bosnia entre junio de 1992 y marzo de 1994. Desde entonces ha publicado otros once, entre los que destacan Vidas minadas, Los niños de la guerra y Caravana de la muerte, en los que expone el lado humano del conflicto armado y saca del anonimato a las víctimas civiles. Por su compromiso continuado con la foto como herramienta de denuncia de la violencia en conflictos armados, Gervasio fue galardonado con el Premio Nacional de Fotografía, del Ministerio de Cultura. El fotoperiodista se apresuró a dedicar la distinción a sus amigos y compañeros periodistas fallecidos en las guerras y zonas de conflicto en los últimos años. Joaquim Ibarz