Hermann Tertsch
Unidos por un piano AGF. Creo que entre periodistas y los lectores de prensa, Hermann Tertsch es reconocido como uno de los grandes corresponsales europeos de la transición española. Efe, El País, y ahora ABC, rebosan de sus magistrales crónicas, reportajes vibrantes y cultas columnas de opinión. Un día, Hermann, antiguo comunista, cáustico, moral y poco amigo de dimes y diretes, se soltó el moño: “En El País se habla en voz muy baja, como en Hernani...”. Los que conocimos ambos percales, Hernani y El País, recordamos que el pasillo, entre las ventanas y la pecera de la redacción, ha servido para todo tipo de conspiraciones y confidencias entre muchos periodistas. También para intercambiar mensajes clandestinos al cruzarse. ¿Vas a la manifa...? Tertsch no señalaba a humo de pajas extremeñas el miedo de los insumisos prisaicos. Se estremecerían ustedes si conocieran los modos inquisitoriales usados con la tímida disidencia en la sede del santuario de la libertad. En El País, en mis últimos tiempos, opinar distinto era tan imprudente como declararse español en una herrikotaberna del Goierri. Pero mi mejor recuerdo junto a Hermann durante aquella época no fueron las conversaciones en voz forzosamente baja. Ni una entrevista con Erich Honecker en el siniestro Berlín oriental del muro y los vopos, tampoco la preguerra civil entre serbios y los separatistas albaneses de Kosovo, ni siquiera los mineros rumanos asaltando el Parlamento de Bucarest tras la caída de Ceaucescu. Mi mejor recuerdo junto a Hermann Tertsch lo redescubrí no hace mucho, en “Diario de la Noche”, de Telemadrid, cuando entrevistó a la pianista Rosa Torres Pardo, la mejor intérprete del mundo de Albéniz y su Iberia. Me cautivó el diálogo entre la artista y el director del programa. Y, una vez más, me sedujo la sonrisa abierta de la célebre pianista, que me retrotrajo al recuerdo de una noche mágica en el barrio judío de Viena. Paseábamos los tres por los feudos austriacos del señor Tertsch cuando doña Rosa se sentó al piano de un abarrotado cafetín y deslizó sus dedos por las teclas. Un torrente de música española apagó los murmullos. Silencio total mientras las notas de Iberia, impresionistas y luminosas, alumbraban el oscuro bareto con brillo mediterráneo. El pasmo de los guirinativos se generalizó cuando Rosa interrumpió la suite de Albéniz y, con el piano y su más bella voz de negra del soul, enloqueció a los presentes por bluses de la Fitzgerald. Aquella noche con Hermann y Rosa, dos inmensos talentazos, me sentí un privilegiado compartiendo entre aplausos una pizca de sus respectivas glorias. Admiro a Hermann Tertsch por su sólida trayectoria profesional y recuerdo que Trotsky, en Los crímenes de Stalin, dijo: “El proceso de Moscú deshonra únicamente al régimen político que lo ha engendrado”. Hoy, mi amigo Hermann, es víctima del estalinismo residual. Creo. RTP. Aquel frío invierno vienés de 1984 en que conocí a Hermann, pude acercarme mejor a esa desconocida y fascinante ciudad dada la familiaridad que él tenía con aquel lugar. Hermann, en nuestro pequeño círculo de amistades, era un vínculo entre dos mundos tan opuestos como el austriaco y el español, porque él pertenecía a ambos mundos por igual. En una ciudad donde sólo para pedir disculpas había que decir “entchuldigung”, algunos de sus amigos —unos cuantos éramos estudiantes— éramos conscientes del mérito que tenía ser tan joven y estar trabajando ya como corresponsal de España en Austria, primero con Efe y después con El País, y siempre, siempre, denunciando de forma radical los atropellos a los derechos humanos. Aquellos años transcurrieron rodeados de mucho estudio y trabajo, pero también con muchas escapadas en las que Hermann estaba casi siempre, excepto cuando debía salir para hacer una entrevista o cubrir alguna noticia a Varsovia, a Budapest o a cualquier país al otro lado del “telón de acero”. Después de cumplidas sus obligaciones que para él eran lo primero, empezaban las escapadas al café bar Broadway, pequeño templo de música y fiesta que regentaban unos amigos húngaros, Marta y su marido pianista Bela Koreny, que siempre era uno de nuestros lugares de encuentro. Estoy convencida de que Viena sin Hermann Tertsch hubiera sido muy distinta, porque allá donde iba imprimía su carácter. Aquel tiempo de juventud ha pasado y ahora Hermann, además de haber publicado varias novelas con éxito, es un periodista brillante que ha alcanzado los niveles más altos de su profesión desde que fue subdirector del periódico El País hasta en la actualidad como columnista de ABC y presentador de un telediario de la televisión madrileña. Y la amistad continúa. Rosa Torres Pardo y Alfredo García Francés (Suite amistad a cuatro manos)