Juan Cierco
Juan Cierco o el riesgo de las palabras En Jerusalén vivía en una hermosa casa, de una recoleta calle de bello nombre Heleni Hamalka, en el barrio de los judíos magrebíes, muy cerca de la antigua ciudad amurallada. Por una cancela se penetraba, bajando unas escaleritas, a un cuidado y pequeño jardín. En este plácido ambiente donde se confundía la vivienda familiar con la oficina, Juan Cierco, su esposa Nuria y sus dos hijitos, que llamaba con ternura “enanos”, fueron felices. Verle trabajar era aleccionador. “Hola, hola”, repetía la palabra dos veces al descolgar el teléfono. Juan iba haciendo su artículo pendiente siempre de los flashes en la pantalla del ordenador, de la radio y de la televisión encendida o al habla con sus comunicantes, ya fuese en Jerusalén o en Madrid. En este agradable ambiente ejerció con valentía y brillantez su corresponsalía que tantos odios y resentimientos provocó en algunos ambientes israelíes. Amenazado y calumniado, nunca cejó en su tarea de informar, contando con el apoyo de la dirección de su periódico al que, a menudo, llegaban quejas oficiales de los diplomáticos del Estado judío. Cierco tenía gran capacidad de trabajo. Atendía a la televisión, mandaba crónicas por radio, volvía a sentarse en la mesa para continuar escribiendo su crónica. En Jerusalén, en Oriente Medio, alcanzó un gran prestigio. Anteriormente había sido corresponsal en Moscú, y ya tenía en su haber magníficos reportajes de la guerra de Chechenia. Cuando, joven, obtuvo el Cirilo Rodríguez, se sintió colmado de ilusión. Después de trabajar veinte años en ABC como redactor, como corresponsal, como subdirector, fue nombrado director general de Información Internacional en la Secretaría de Estado de Información, cargo que también había desempeñado otro gran corresponsal y amigo, Javier Valenzuela. Entre sus muchas crónicas, recuerdo la que escribió en el verano de 2006, titulada “La artillería israelí mata a una familia que pasaba un día en la playa”, de la que entresaco estos párrafos: ”Día de playa, muertes, entierros y bombardeos en Gaza. Bombardeos de la artillería israelí desde ese mismo mar del que intentaban disfrutar las familias de Yabalia, del deprimente campo de refugiados del norte de la franja”. En el año 2003 editó un libro de entrevistas de hermoso título: Palabras entre balas y piedras. Son textos de diálogos con palestinos e israelíes que, además de suponer un gran esfuerzo para conseguirlos, ofrecen, por encima de las peripecias del tiempo, un amplio coro de voces de este conflicto interminable. “Con el ejército más poderoso del Oriente Medio —le dice Mahmud Darwich, glosando la frustrada tentativa de enseñar la literatura palestina a los escolares del Estado judío—, Israel tiene miedo a un poema. En Israel existe una industria del miedo que parecen necesitar los judíos para sobrevivir. Espero que las nuevas generaciones sean capaces de vencer este miedo.” Tomás Alcoverro