Román Orozco
El último hermano rojo “Subimos al vehículo. Son las diez en punto. Suena una descarga fuerte. Luego, otra más suave. De frente, en pie y sin venda en los ojos, ha caído el último de de los fusilados por el general Franco (setiembre de 1975). Las lágrimas brotan sin pudor en los ojos de los tres periodistas (Friedrich Kasselberg, Miguel ángel Aguilar y Román Orozco). Horas después, cada uno se sienta frente a la máquina de escribir. El entonces director de Cambio 16, Manuel Velasco, al igual que ha hecho con las crónicas remitidas desde Bilbao y Barcelona por Ander Landaburu y Andreu Claret sobre el fusilamiento de ángel Otagui y Txiki Paredes, irá limando los textos. Las quitará hierro, las suavizará y las dejará sin adjetivos. Es una tarea de cirujano fino. Ya sabe con quién se las gasta. La censura franquista. Pero de nada va a servir su tarea de bisturí. Cuando el número 200 —¡qué coincidencia: celebramos número extra con la peor historia que un periodista quisiera contar jamás!— salga del departamento de censura del llamado Ministerio de Información y Turismo, su peso habrá sido sensiblemente aligerado: de las ocho páginas dedicadas a los fusilamientos, sólo dos saldrán a la venta.” Esta crónica recordatoria escrita con ocasión del décimo aniversario de la revista Cambio 16 por Román Orozco nos situaba en la tenebrosa época del final del franquismo y coincidía con nuestro primer trabajo conjunto, que a su vez marcaba el punto más álgido de la censura. A José Román Orozco (Iznatoraf, Jaén, 1945) le conocí un año antes cuando, recién aterrizado del Diario de Mallorca, se incorporó a la redacción de Cambio 16 y de la que pronto sería nombrado redactor jefe y más tarde subdirector. Difícil de comparar en este tortuoso y a veces ególatra oficio, nuestras vidas profesionales han marcado una senda paralela llena de alegrías, satisfacciones y, por qué no decirlo, de éxitos, pero también de sinsabores, miedos y dramas que han forjado una profunda amistad que me permite tenerle a Román como un hermano. Después de esos extraordinarios años del final del franquismo y de la esperanzadora Transición con la llegada de la democracia, juntos nos fuimos del Grupo 16 y juntos nos incorporamos al diario El País, a petición de Jesús Ceberio. En estos 36 años de intensa colaboración aprendí mucho de Román: de su enorme capacidad de trabajo, de su fidelidad a su ideario de izquierdas, de su honestidad, de la defensa de sus convicciones y de su aversión al sectarismo y a la injusticia. Desde muy temprana edad, a los 19 años, ya se inició en la revista contestataria Gaceta Universitaria y su lucha por las libertades democráticas y la libertad de expresión le costaron muchos disgustos. Fue expulsado de la universidad de Madrid y detenido en Valencia en una reunión del sindicato libre de estudiantes, lo que le costó su expulsión de la Gaceta por orden de Manuel Fraga, antes de padecer el cierre del Diario Madrid por el franquismo en 1971. Román ha representado uno de los eslabones del emblema de un periodismo serio que contaba cosas serias a un lector inteligente y comprometido, ávido de libertad y cuya receta del éxito es sencilla: basta con contar lo que ha ocurrido sencillamente, rigurosamente, con un lenguaje directo y moderno, y huir de la tendencia de algunos periodistas a correr en auxilio del caudillo de turno, a los que más que las autocensuras les preocupa los servilismos espontáneos mimados por el poder corruptor de algunos políticos, muy hábiles a la hora de alternar halagos y amenazas. Esto siempre lo ha rechazado Román, como sigue rechazando esa España rancia y centralizada que desea archivar la memoria para sobrevivir a sus fantasmas, y a la que ve con mirada rigurosa y crítica, pidiendo justicia. Lo mismo que hizo en su aventura americana cuando, con sus brillantes crónicas desde América Latina, siguió denunciando los abusos de poder y las injusticias sociales de ese castigado continente, y que logró, también, con un notable éxito con su libro Cuba Roja. Fiel a sus principios, nuestro guerrero y “viejo rockero”, como su amigo Miguel Ríos, Román Orozco seguirá siendo nuestro último hermano rojo. Ander Landaburu