Vicente Romero
Foto de familia “Centenares de periodistas de todo el mundo somos testigos de la tragedia de millón y medio de personas empujadas por las matanzas tribales y por la guerra, hasta los campos de refugiados de Goma. Todos compartimos el mismo sentimiento de frustración por tener que contar todas estas miserias cuando ya es demasiado tarde para evitarlas y demasiado difícil encontrarles una solución humanitaria.” Con esta entradilla comenzaba Vicente Romero uno de los varios programas que hizo sobre el genocidio de Ruanda. En éste, como en otros muchos, he tenido la suerte de ser su cámara y compartir con él las vivencias que esta clase de reportajes deparan. Quizá por haber trabajado tantas veces juntos, me ha encargado Aurelio Martín que escriba sobre Vicente. A Aurelio no puedo negarle nada. Por eso estoy aquí, intentando poner sobre el papel lo que quisiera contar de “el doctor Romero”. Pero sólo soy, he sido, reportero gráfico, y con palabras no voy a saber expresarme como me gustaría, porque ha sido mucho lo que he aprendido a su lado. No a escribir, claro. Los momentos compartidos a lo largo de un reportaje con Vicente son todos. Si te vas a un viaje de diez días con Romero, que es el tiempo que le gusta estar fuera, son diez días y diez noches que estarás pendiente de lo que pase. No es nada aburrido trabajar con él. Si difícil es que vayas a un lugar donde no esté pasando nada, más difícil es que no tenga algo que contar que te pueda interesar. Pocos periodistas han viajado tanto como él a sitios tan complicados. Lleva desde los 20 años recorriendo guerras, conflictos, desastres, misiones…, de todos se acuerda. Pero es que también está al día de lo que pasa en el mundo. Y le da tiempo a enterarse de todo. Es inimitable, pero si te fijas en cómo se maneja en situaciones complicadas, te puede servir para sobrellevar las contrariedades del momento. Si cuando vas de viaje, Vicente duerme mucho en el avión, hay que procurar dormir también, porque está “cargando las pilas” y con sus baterías a tope es casi imposible seguirle. Pero es que, además, no deja que se le agoten y aprovecha cualquier momento para descansar, comer, leer y hasta reírse. Así se recupera. Aunque la mayoría de los viajes que hemos hecho juntos han sido a lugares en conflicto, nos ha dado tiempo a pasar ratos muy agradables. Me ha demostrado que se puede desconectar de lo que está pasando poniéndose a hablar en medio de cualquier fregao, de sus perros y gatos, del Madrid, de Marilyn Monroe, de Mao Tse-Tung o de Eduardo Galeano. Porque Vicente Romero es un joven-viejo periodista. No habrá muchos de su gremio tan al tanto de las nuevas tecnologías. En eso también es un adelantado a su tiempo. Ya a comienzos del año 1994, cuando yo coincidí por primera vez con él, viajaba con su ordenador portátil. A la cantidad de material que llevábamos se sumaba aquel aparato, por entonces inusual y hoy imprescindible. Además era muy frágil y había que reservarle un lugar entre lo más delicado y vigilarlo continuamente. Entonces nos parecía un capricho del jefe, como capricho nos parecía que no fuera para él imprescindible nuestro trípode de cámara. El tiempo le ha dado la razón. Para vengarme de haber llevado la maquinita por todo el mundo, un día rodando en Nueva Delhi, cogí cuatro guijarros de una obra, y sin que me viera, los coloqué en su bolsa de viaje. No me dijo nada y yo me reía pensando en lo que habría hecho con las piedras. Seis días más tarde, en un hotel de Bombay a las tres de la mañana, llamaron a mi puerta. Era un camarero que traía por encargo del señor Romero un té con hielo, como a mí me gusta, y los cuatro guijarros de Delhi. Nos los intercambiamos varias veces, hasta que en el hotel Crillón de Lima llegamos a un acuerdo: dos chinas para cada uno. Las mías las tengo aquí delante. Doctor, ¿qué has hecho con las tuyas? Nunca me llevaste a Vietnam. Nunca he estado. No me importaría acompañarte y de paso dejar los cantos para en su lugar poner una foto de la familia, como tiene todo el mundo. Tu amigo. Evaristo Canete